Un señor andaba por la calle, más exactamente por la 4ª con algo (no es tan exacto, pero seguro andaba por el centro), este señor se hacía llamar Mr. Mill; tenía unos lindos zapatos mocasines con cordones blancos, algo ridículos, tenía medias gastadas como generalmente las llevaba del mismo color que los cordones, su pantalón consistía en una tela ordinaria negra, cocida industrialmente, ajustado en los tobillos, con bolsillos en las caderas, tenía Mr. Mill una camisa amarilla y amarrada a su cuello una corbata azul (corbata, qué símbolo más claro, nudos en la garganta para Mr. Mill); este señor llevaba en sus puños siempre amarrados dos hilos largos de pita, tan largos como la pena del señor Mill; era un señor de delgada contextura, ojeras profundas y tez pálida, físico nada parecido al destello de su corazón, rojísimo corazón.
Mr. Mill se soñaba en el cielo, dejándose llevar por el caprichoso viento, jugando a esconderse de los rayos del sol, escurriéndose entre las ramas de los árboles más altos, Mr. Mill que odiaba tanto haberse acostumbrado a andar pegado al suelo, Mr. Mill que detestaba los tornillos que lo pegaban al cemento, clavado irreversiblemente. Cuando había avanzado podríamos decir unas tres cuadras, observó que sus pitas amarradas se tornaron más gruesas, como si del nudo que nacía en su mano brotara una rama que envolviera la pita, una y otra vez, una y otra vez hasta que se sintió pesado, pero qué cosa más extraña pues el señor Mill también se sentía liviano, ante el asombro de Mr. Mill se le hinchó el estómago, el cerebro, el corazón, no de carne sino de aire!, se hinchó hasta tal punto que sintió sus pies desaflojar los tercos tornillos del suelo, se hinchó hasta tal punto que los transeúntes atónitos observaron la transformación, Mr. Mill ¿a dónde va?...Mr. Mill, señor tan redondo, que en su hermosa redondez se fue volando...y en ese exacto segundo sintió que algo lo detuvo, sin duda las gruesas pitas que lo mantenían sujeto al mismo punto se hicieron sentir y Mr. Mill sintió una gran pena, su sueño había sido real hasta que recordó las pitas, las lágrimas del señor Mill empaparon el complacido suelo que veía desde abajo su triunfo, pobre Mr. Mill, señor redondo que vuela y se detiene ante los ojos de todos por culpa de dos grandes y pesadas cuerdas, pobre Mr. Mill que ignoraba la existencia de Mrs. Yell, quien experta en el tema arribó con gran pertinencia; la señora Yell vestida completa de amarillo miró a los grandes ojos de Mr. Mill y lo calmó, Mrs. Yell tan redonda como Mr. Mill ya no tenía cuerda, ni pita ni tornillos que la ataran al suelo muchas veces dañino; con la convicción que caracterizaba a la señora Yell comenzó a volar directo hacia las cuerdas, golpeándolas en el momento en que se encontraban en el mismo punto, lo hizo tan fuertemente que Mr. Mill tembló hacia un lado y luego hacia el otro, la señora Yell no paraba, desconcertó a Mr. Mill, incluso lo asustó y en un momento, de repente hubo paz, tanta que el señor Mill se aterrorizó porque vio sus pesadas cuerdas caer hasta golpear el suelo que ahora empezaba a llorar de rabia, Mr. Mill sintió que empezaba a ver todo mas pequeño, se estaba alejando y desde arriba todos parecíamos hormigas luego pulgas, luego puntos casi imperceptibles y Mr. Mill confundido se desesperó y en el momento mas oportuno voló a su lado Mrs. Yell a consolarlo y así sin siquiera darse cuenta juntos se fueron jugando con el viento, domaron su vuelo y olvidaron las pesadas cuerdas de abajo que de a poco se empaparon de llanto y derrota...Mr. Mill y Mrs. Yell, señores redondos, señores libres y nosotros aún sin desaflojar los tornillos.