Conchas en la Iglesia

Conchas en la Iglesia
Crear es divertirse con la posibilidad de romper paradigmas a través de formas, colores y estilos; crear es diseñar con la ayuda de un lápiz otro mundo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Filiberto

Estaba pasando Filiberto con sus inocentes dos años repleto de asombro, pasó por entre edificios altos que lo abrumaban, pasó por entre ruidos punzantes que le lastimaban los oídos, pasó por vías de asfalto tapizadas de chicles, pasó por las grietas en el cemento que formaban las raíces rebeldes de los árboles que se negaban a regalar su espacio, iba Filiberto andando con sus boticas de hule y chaqueta impermeable amarrada hasta el cuello y entonces sintió la primera gota deslizar su verde cara, sintió que la gota le ardía y supo que ese día llovería como era de esperarse en épocas de invierno, pero no llovería de la misma manera.
Filiberto hizo un recorrido con sus ojitos color cielo y grabó en su mente lo gris que se veía la ciudad y cuando la inspección llegó al suelo notó los charcos que empezaban a formarse en los huecos, charcos agujereados por las incesantes gotas que le caían, cada gota engordaba estos pequeños lagos urbanos, estos charcos, los de justo ese día no se veían tan parecidos a los charcos de otras lluvias, sin embargo había solo un charco que llamó por completo la atención de Filiberto, porque era uno que había llenado gotas verdes, rojas y amarillas, como ven era un charco que hay que ver y Filiberto lo entendió y decidió verlo más de cerca, caminó directo hacia el, cada paso marcaba el ritmo de su corazón, y en cuanto apuraba el paso, su corazón se aceleraba, Filiberto sintió que los finísimos pelitos dorados de su nuca se erizaban y que de pronto su nariz se ponía muy roja y fría haciéndolo sentir incómodo, ante todos estos síntomas una persona cuerda se iría corriendo de ahí para que el malévolo charco no lo alcanzara ni lo viera directo a los ojos, pero nuestro amarillo protagonista de tan solo dos años sentía la adrenalina desbordándose de su boca, sentía los dientes temblar de emoción y caminó hasta que llegó y puso sus boticas de hule en el borde, justo antes del abismo, pero aún no había mirado directo a los ojos del charco verdi-roji-amarilloso, su boca estaba repleta de sensaciones y pensó que eran ganas de vomitar, pero solo era su corazón queriendo asomarse y ver tremendo espectáculo; Filiberto sacó el valor que había acumulado en dos años de vida e inclinó su cabeza hacia abajo encontrándose con sus propios ojos, nuestro protagonista encontró el espejo más frágil de la ciudad, se vio la cara verde empapada de gotas, su nariz como la de un payaso, esperó ver brotar un corazón de su boca y entonces se concentró en ella, sus labios delgados dejaban ver sus dientes diminutos, y el espacio entre dientes superiores e inferiores se veía tan negro que asustaba a Filiberto y sus ojos se congelaron ahí en la densidad de su boca, absorto en su boca, vio en el charco cómo sus labios empezaban a separarse más, su boca se estaba abriendo de una manera descomunal pero no sentía abrirla, el charco lo decía, pero Filiberto no lo sentía así, a medida que su boca se abría la espesura del negro era más hipnotizante y Filiberto no podía desprender los ojos de la imagen del espejo, empezaba a creer que ya no era su boca sino la boca del charco que ahora lo había inmovilizado, la boca se abrió hasta tapar la nariz roja, los ojos color cielo, la cara verde, el pelo amarillo, la chaqueta impermeable y ya no quedaba en el charco más que una boca con botas de hule. Filiberto no podía salir de la sorpresa, no podía retirar la mirada, el charco lo había controlado y seguía mirando la boca y el interior de ésta lo estaba invitando a entrar, el miedo, la angustia y la adrenalina se apoderaron del pequeño Filiberto y tuvo que agacharse para ver más de cerca y tal vez así explicarse lo que nunca había visto, acercó su cara un poco, luego otro poco y un poquito más y fue entonces cuando sintió el halonazo que lo sumergió en este pequeño charco, fue un breve instante en el que sintió la densidad de la boca que observó durante tanto tiempo y luego, incrédulo, veía el cielo que tenía, como ya hemos dicho el color de sus ojos, por esto sintió que se estaba mirando los ojos y que ahora el cielo era el espejo, no entendía en qué momento se había puesto boca arriba, ni entendía porque no se podía mover, ni entendía porqué la vida había querido que él fuera charco y entró en pánico cuando pensó que ahí estaría por mucho tiempo, no le quedaba más que esperar; lo que nuestro Filiberto ignoraba era el ciclo del agua y pronto saldría el sol, de esa manera nuestro pequeño y amarillo protagonista volaría junto a él.