Conchas en la Iglesia
Crear es divertirse con la posibilidad de romper paradigmas a través de formas, colores y estilos; crear es diseñar con la ayuda de un lápiz otro mundo.
martes, 23 de noviembre de 2010
lunes, 22 de noviembre de 2010
Antígona
De todos es el mas gritón, grita, grita, grita tanto que desespera a los demás, no los deja dormir, no es q necesiten hacerlo, pero bueno la gente tiene que ver que uno duerme sino ellos no pueden; también entre todos es el más disperso y cuando vuelve de sus pequeñas abstracciones zaz vuelve y grita y ugh qué fastidio, pero a mi me enternece, es verdad, me provoca abrazarlo y decirle que.....bueno realmente no sé qué me provoca decirle pero el abrazo si es fijo, espero que con eso entienda que voy hasta donde su mente lo lleva y lo cuido allá como pa que no se pierda y no se le olvide volver....qué haría yo si no volviera?! o peor, qué haría yo si se volviera como yo?!...
Él la sueña todas las mañanas, y digo mañanas porque corrió su horario, él sueña de día mientras todos vamos tan de afán a tapizar las aceras grises con carne fresca; él sueña con ella de amarillo, qué cosa más curiosa, Antígona, tan caníbal, tan monstruosa, tan loca y yo le tengo celos, cómo es que pudo entrar en su cabeza si soy yo la que lo cuida a él tan disperso, eso pasa por cuidar me diría mi amiga, cuando lo veo detenido en el espacio sé que es ella, Antígona se le ha robado cuentos, canciones, imaginarios y pone esa cara de estúpido él, já si se viera y bueno si yo me viera la cara que pongo ahora; qué pensará, ahh que suertuda Antígona, ella sabe como es que él la ve, ella se ve bailando en la mente de él, ella domina y coordina uno a uno los pensamientos de él para hacer una canción para ella, ella se quita y se pone su extraño pelo y se acomoda tan malcriadamente, Antígona se piensa todos los días desde la cabeza de él, se ama, se besa...
Mientras pasan sus días en ir y venir yo estoy acá, asegurándome que se sepa el camino de regreso, asegurándome que se le olvide gritar, y que por fin entienda a Antígona, tan linda, tan perfecta, tan mentira.
Él la sueña todas las mañanas, y digo mañanas porque corrió su horario, él sueña de día mientras todos vamos tan de afán a tapizar las aceras grises con carne fresca; él sueña con ella de amarillo, qué cosa más curiosa, Antígona, tan caníbal, tan monstruosa, tan loca y yo le tengo celos, cómo es que pudo entrar en su cabeza si soy yo la que lo cuida a él tan disperso, eso pasa por cuidar me diría mi amiga, cuando lo veo detenido en el espacio sé que es ella, Antígona se le ha robado cuentos, canciones, imaginarios y pone esa cara de estúpido él, já si se viera y bueno si yo me viera la cara que pongo ahora; qué pensará, ahh que suertuda Antígona, ella sabe como es que él la ve, ella se ve bailando en la mente de él, ella domina y coordina uno a uno los pensamientos de él para hacer una canción para ella, ella se quita y se pone su extraño pelo y se acomoda tan malcriadamente, Antígona se piensa todos los días desde la cabeza de él, se ama, se besa...
Mientras pasan sus días en ir y venir yo estoy acá, asegurándome que se sepa el camino de regreso, asegurándome que se le olvide gritar, y que por fin entienda a Antígona, tan linda, tan perfecta, tan mentira.
Una llovizna de estrellitas rojas
que buena excusa para olvidar la sombrilla
salir encantado a empaparse la botas
y a morir de pie y nunca vivir de rodillas.
La victoria dulce con sabor a miel
se alcanza en un bosque de fauna silvestre,
por cada árbol viejo de pie
se alza un rojo y hermoso corazón rebelde.
El bosque mas la lluvia conspiran,
contra el terror del agrio sistema
su proyecto es el dibujo de sonrisas
en las caras de quienes pelean sin cautela.
Obreros, campesinos, estudiantes
y los salvajes dueños de esta tierra
la naturaleza está de nuestra parte
busquemos sin descanso una nueva era.
que buena excusa para olvidar la sombrilla
salir encantado a empaparse la botas
y a morir de pie y nunca vivir de rodillas.
La victoria dulce con sabor a miel
se alcanza en un bosque de fauna silvestre,
por cada árbol viejo de pie
se alza un rojo y hermoso corazón rebelde.
El bosque mas la lluvia conspiran,
contra el terror del agrio sistema
su proyecto es el dibujo de sonrisas
en las caras de quienes pelean sin cautela.
Obreros, campesinos, estudiantes
y los salvajes dueños de esta tierra
la naturaleza está de nuestra parte
busquemos sin descanso una nueva era.
Mr. Mill y Mrs. Yell
Un señor andaba por la calle, más exactamente por la 4ª con algo (no es tan exacto, pero seguro andaba por el centro), este señor se hacía llamar Mr. Mill; tenía unos lindos zapatos mocasines con cordones blancos, algo ridículos, tenía medias gastadas como generalmente las llevaba del mismo color que los cordones, su pantalón consistía en una tela ordinaria negra, cocida industrialmente, ajustado en los tobillos, con bolsillos en las caderas, tenía Mr. Mill una camisa amarilla y amarrada a su cuello una corbata azul (corbata, qué símbolo más claro, nudos en la garganta para Mr. Mill); este señor llevaba en sus puños siempre amarrados dos hilos largos de pita, tan largos como la pena del señor Mill; era un señor de delgada contextura, ojeras profundas y tez pálida, físico nada parecido al destello de su corazón, rojísimo corazón.
Mr. Mill se soñaba en el cielo, dejándose llevar por el caprichoso viento, jugando a esconderse de los rayos del sol, escurriéndose entre las ramas de los árboles más altos, Mr. Mill que odiaba tanto haberse acostumbrado a andar pegado al suelo, Mr. Mill que detestaba los tornillos que lo pegaban al cemento, clavado irreversiblemente. Cuando había avanzado podríamos decir unas tres cuadras, observó que sus pitas amarradas se tornaron más gruesas, como si del nudo que nacía en su mano brotara una rama que envolviera la pita, una y otra vez, una y otra vez hasta que se sintió pesado, pero qué cosa más extraña pues el señor Mill también se sentía liviano, ante el asombro de Mr. Mill se le hinchó el estómago, el cerebro, el corazón, no de carne sino de aire!, se hinchó hasta tal punto que sintió sus pies desaflojar los tercos tornillos del suelo, se hinchó hasta tal punto que los transeúntes atónitos observaron la transformación, Mr. Mill ¿a dónde va?...Mr. Mill, señor tan redondo, que en su hermosa redondez se fue volando...y en ese exacto segundo sintió que algo lo detuvo, sin duda las gruesas pitas que lo mantenían sujeto al mismo punto se hicieron sentir y Mr. Mill sintió una gran pena, su sueño había sido real hasta que recordó las pitas, las lágrimas del señor Mill empaparon el complacido suelo que veía desde abajo su triunfo, pobre Mr. Mill, señor redondo que vuela y se detiene ante los ojos de todos por culpa de dos grandes y pesadas cuerdas, pobre Mr. Mill que ignoraba la existencia de Mrs. Yell, quien experta en el tema arribó con gran pertinencia; la señora Yell vestida completa de amarillo miró a los grandes ojos de Mr. Mill y lo calmó, Mrs. Yell tan redonda como Mr. Mill ya no tenía cuerda, ni pita ni tornillos que la ataran al suelo muchas veces dañino; con la convicción que caracterizaba a la señora Yell comenzó a volar directo hacia las cuerdas, golpeándolas en el momento en que se encontraban en el mismo punto, lo hizo tan fuertemente que Mr. Mill tembló hacia un lado y luego hacia el otro, la señora Yell no paraba, desconcertó a Mr. Mill, incluso lo asustó y en un momento, de repente hubo paz, tanta que el señor Mill se aterrorizó porque vio sus pesadas cuerdas caer hasta golpear el suelo que ahora empezaba a llorar de rabia, Mr. Mill sintió que empezaba a ver todo mas pequeño, se estaba alejando y desde arriba todos parecíamos hormigas luego pulgas, luego puntos casi imperceptibles y Mr. Mill confundido se desesperó y en el momento mas oportuno voló a su lado Mrs. Yell a consolarlo y así sin siquiera darse cuenta juntos se fueron jugando con el viento, domaron su vuelo y olvidaron las pesadas cuerdas de abajo que de a poco se empaparon de llanto y derrota...Mr. Mill y Mrs. Yell, señores redondos, señores libres y nosotros aún sin desaflojar los tornillos.
Mr. Mill se soñaba en el cielo, dejándose llevar por el caprichoso viento, jugando a esconderse de los rayos del sol, escurriéndose entre las ramas de los árboles más altos, Mr. Mill que odiaba tanto haberse acostumbrado a andar pegado al suelo, Mr. Mill que detestaba los tornillos que lo pegaban al cemento, clavado irreversiblemente. Cuando había avanzado podríamos decir unas tres cuadras, observó que sus pitas amarradas se tornaron más gruesas, como si del nudo que nacía en su mano brotara una rama que envolviera la pita, una y otra vez, una y otra vez hasta que se sintió pesado, pero qué cosa más extraña pues el señor Mill también se sentía liviano, ante el asombro de Mr. Mill se le hinchó el estómago, el cerebro, el corazón, no de carne sino de aire!, se hinchó hasta tal punto que sintió sus pies desaflojar los tercos tornillos del suelo, se hinchó hasta tal punto que los transeúntes atónitos observaron la transformación, Mr. Mill ¿a dónde va?...Mr. Mill, señor tan redondo, que en su hermosa redondez se fue volando...y en ese exacto segundo sintió que algo lo detuvo, sin duda las gruesas pitas que lo mantenían sujeto al mismo punto se hicieron sentir y Mr. Mill sintió una gran pena, su sueño había sido real hasta que recordó las pitas, las lágrimas del señor Mill empaparon el complacido suelo que veía desde abajo su triunfo, pobre Mr. Mill, señor redondo que vuela y se detiene ante los ojos de todos por culpa de dos grandes y pesadas cuerdas, pobre Mr. Mill que ignoraba la existencia de Mrs. Yell, quien experta en el tema arribó con gran pertinencia; la señora Yell vestida completa de amarillo miró a los grandes ojos de Mr. Mill y lo calmó, Mrs. Yell tan redonda como Mr. Mill ya no tenía cuerda, ni pita ni tornillos que la ataran al suelo muchas veces dañino; con la convicción que caracterizaba a la señora Yell comenzó a volar directo hacia las cuerdas, golpeándolas en el momento en que se encontraban en el mismo punto, lo hizo tan fuertemente que Mr. Mill tembló hacia un lado y luego hacia el otro, la señora Yell no paraba, desconcertó a Mr. Mill, incluso lo asustó y en un momento, de repente hubo paz, tanta que el señor Mill se aterrorizó porque vio sus pesadas cuerdas caer hasta golpear el suelo que ahora empezaba a llorar de rabia, Mr. Mill sintió que empezaba a ver todo mas pequeño, se estaba alejando y desde arriba todos parecíamos hormigas luego pulgas, luego puntos casi imperceptibles y Mr. Mill confundido se desesperó y en el momento mas oportuno voló a su lado Mrs. Yell a consolarlo y así sin siquiera darse cuenta juntos se fueron jugando con el viento, domaron su vuelo y olvidaron las pesadas cuerdas de abajo que de a poco se empaparon de llanto y derrota...Mr. Mill y Mrs. Yell, señores redondos, señores libres y nosotros aún sin desaflojar los tornillos.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Y la pobre niñita se puso su mejor vestido color violeta, se colocó en las trenzas dos flores, se puso zapaticos de charol, medias de rayas de muchos colores, se miró al espejo y se sintió lista, se armó de coraje, recordó su nombre y se llenó de orgullo. Salió de su cueva, un lugar hermoso, al que nadie tenía acceso, obviamente, pues era solo de ella! y avanzó, un pie detrás de otro, al ritmo del martilleo de su cabeza, le dolía de tanto pensar cómo decir cosas, de tanto pensar mil maneras de no parecer tonta, de parecer especial, tenía que aprender mejor.
Antes de llegar a la fuente recogió una ramita que le pareció rara, hermosamente rara, pensó que se la daría y que así entendería y no tendría ni que hablar. Cuando llegó al lugar, lo vio, estaba ahí mirándose las alas, se le hinchó el corazón a la pobre niñita que ignoraba por completo que mas tarde se le achicaría como una uva pasa, se acercó con cautela, no quería asustarlo y él la vio, sus minúsculos cachetes se tornaron rojos, y la niñita pensó que era buena señal y eso le dio fuerza para seguir. Llegó hasta la fuente, en el borde estaba el hermoso colibrí, impresionando a todos con sus alas, su pico, sus colores y hasta sus patas y a la niña se le iba a salir el corazón si abría la boca, por eso se calló y solo lo miró, la niñita estiró la mano y le entrego al hermoso colibrí la ramita que había encontrado especialmente para él, el colibrí lo recibió con el pico y lo puso a su lado y se miraron durante algunos segundos en los que la niñita se sintió más viva que nunca, ella se acercó a la cara de colibrí, hasta tocar su pico con sus labios y sintió que era el momento de dejarlo entrar y abrió ligeramente su boca y como ya había presentido, su corazón estaba ahí, reposando en su lengua y entonces fue cuando el colibrí se mostró tal y como es y con su largo pico sacó el corazón de la boca de la niñita, ella atónita solo miró la escena y vio al pájaro que tanto quería con su corazón colgando, todavía palpitando, el colibrí desplegó sus alas y empezó a elevarse, cada mili segundo su vuelo era más liviano porque el corazón de la niñita se estaba encogiendo, hasta que el peso que soportaba el colibrí era mínimo y se alejó tan de prisa, tan indiferente y tan asesino que la niña no tuvo más remedio que caer arrodillada junto a la ramita que le había dado y llorar la pérdida de su corazón.
Antes de llegar a la fuente recogió una ramita que le pareció rara, hermosamente rara, pensó que se la daría y que así entendería y no tendría ni que hablar. Cuando llegó al lugar, lo vio, estaba ahí mirándose las alas, se le hinchó el corazón a la pobre niñita que ignoraba por completo que mas tarde se le achicaría como una uva pasa, se acercó con cautela, no quería asustarlo y él la vio, sus minúsculos cachetes se tornaron rojos, y la niñita pensó que era buena señal y eso le dio fuerza para seguir. Llegó hasta la fuente, en el borde estaba el hermoso colibrí, impresionando a todos con sus alas, su pico, sus colores y hasta sus patas y a la niña se le iba a salir el corazón si abría la boca, por eso se calló y solo lo miró, la niñita estiró la mano y le entrego al hermoso colibrí la ramita que había encontrado especialmente para él, el colibrí lo recibió con el pico y lo puso a su lado y se miraron durante algunos segundos en los que la niñita se sintió más viva que nunca, ella se acercó a la cara de colibrí, hasta tocar su pico con sus labios y sintió que era el momento de dejarlo entrar y abrió ligeramente su boca y como ya había presentido, su corazón estaba ahí, reposando en su lengua y entonces fue cuando el colibrí se mostró tal y como es y con su largo pico sacó el corazón de la boca de la niñita, ella atónita solo miró la escena y vio al pájaro que tanto quería con su corazón colgando, todavía palpitando, el colibrí desplegó sus alas y empezó a elevarse, cada mili segundo su vuelo era más liviano porque el corazón de la niñita se estaba encogiendo, hasta que el peso que soportaba el colibrí era mínimo y se alejó tan de prisa, tan indiferente y tan asesino que la niña no tuvo más remedio que caer arrodillada junto a la ramita que le había dado y llorar la pérdida de su corazón.
Filiberto
Estaba pasando Filiberto con sus inocentes dos años repleto de asombro, pasó por entre edificios altos que lo abrumaban, pasó por entre ruidos punzantes que le lastimaban los oídos, pasó por vías de asfalto tapizadas de chicles, pasó por las grietas en el cemento que formaban las raíces rebeldes de los árboles que se negaban a regalar su espacio, iba Filiberto andando con sus boticas de hule y chaqueta impermeable amarrada hasta el cuello y entonces sintió la primera gota deslizar su verde cara, sintió que la gota le ardía y supo que ese día llovería como era de esperarse en épocas de invierno, pero no llovería de la misma manera.
Filiberto hizo un recorrido con sus ojitos color cielo y grabó en su mente lo gris que se veía la ciudad y cuando la inspección llegó al suelo notó los charcos que empezaban a formarse en los huecos, charcos agujereados por las incesantes gotas que le caían, cada gota engordaba estos pequeños lagos urbanos, estos charcos, los de justo ese día no se veían tan parecidos a los charcos de otras lluvias, sin embargo había solo un charco que llamó por completo la atención de Filiberto, porque era uno que había llenado gotas verdes, rojas y amarillas, como ven era un charco que hay que ver y Filiberto lo entendió y decidió verlo más de cerca, caminó directo hacia el, cada paso marcaba el ritmo de su corazón, y en cuanto apuraba el paso, su corazón se aceleraba, Filiberto sintió que los finísimos pelitos dorados de su nuca se erizaban y que de pronto su nariz se ponía muy roja y fría haciéndolo sentir incómodo, ante todos estos síntomas una persona cuerda se iría corriendo de ahí para que el malévolo charco no lo alcanzara ni lo viera directo a los ojos, pero nuestro amarillo protagonista de tan solo dos años sentía la adrenalina desbordándose de su boca, sentía los dientes temblar de emoción y caminó hasta que llegó y puso sus boticas de hule en el borde, justo antes del abismo, pero aún no había mirado directo a los ojos del charco verdi-roji-amarilloso, su boca estaba repleta de sensaciones y pensó que eran ganas de vomitar, pero solo era su corazón queriendo asomarse y ver tremendo espectáculo; Filiberto sacó el valor que había acumulado en dos años de vida e inclinó su cabeza hacia abajo encontrándose con sus propios ojos, nuestro protagonista encontró el espejo más frágil de la ciudad, se vio la cara verde empapada de gotas, su nariz como la de un payaso, esperó ver brotar un corazón de su boca y entonces se concentró en ella, sus labios delgados dejaban ver sus dientes diminutos, y el espacio entre dientes superiores e inferiores se veía tan negro que asustaba a Filiberto y sus ojos se congelaron ahí en la densidad de su boca, absorto en su boca, vio en el charco cómo sus labios empezaban a separarse más, su boca se estaba abriendo de una manera descomunal pero no sentía abrirla, el charco lo decía, pero Filiberto no lo sentía así, a medida que su boca se abría la espesura del negro era más hipnotizante y Filiberto no podía desprender los ojos de la imagen del espejo, empezaba a creer que ya no era su boca sino la boca del charco que ahora lo había inmovilizado, la boca se abrió hasta tapar la nariz roja, los ojos color cielo, la cara verde, el pelo amarillo, la chaqueta impermeable y ya no quedaba en el charco más que una boca con botas de hule. Filiberto no podía salir de la sorpresa, no podía retirar la mirada, el charco lo había controlado y seguía mirando la boca y el interior de ésta lo estaba invitando a entrar, el miedo, la angustia y la adrenalina se apoderaron del pequeño Filiberto y tuvo que agacharse para ver más de cerca y tal vez así explicarse lo que nunca había visto, acercó su cara un poco, luego otro poco y un poquito más y fue entonces cuando sintió el halonazo que lo sumergió en este pequeño charco, fue un breve instante en el que sintió la densidad de la boca que observó durante tanto tiempo y luego, incrédulo, veía el cielo que tenía, como ya hemos dicho el color de sus ojos, por esto sintió que se estaba mirando los ojos y que ahora el cielo era el espejo, no entendía en qué momento se había puesto boca arriba, ni entendía porque no se podía mover, ni entendía porqué la vida había querido que él fuera charco y entró en pánico cuando pensó que ahí estaría por mucho tiempo, no le quedaba más que esperar; lo que nuestro Filiberto ignoraba era el ciclo del agua y pronto saldría el sol, de esa manera nuestro pequeño y amarillo protagonista volaría junto a él.
Filiberto hizo un recorrido con sus ojitos color cielo y grabó en su mente lo gris que se veía la ciudad y cuando la inspección llegó al suelo notó los charcos que empezaban a formarse en los huecos, charcos agujereados por las incesantes gotas que le caían, cada gota engordaba estos pequeños lagos urbanos, estos charcos, los de justo ese día no se veían tan parecidos a los charcos de otras lluvias, sin embargo había solo un charco que llamó por completo la atención de Filiberto, porque era uno que había llenado gotas verdes, rojas y amarillas, como ven era un charco que hay que ver y Filiberto lo entendió y decidió verlo más de cerca, caminó directo hacia el, cada paso marcaba el ritmo de su corazón, y en cuanto apuraba el paso, su corazón se aceleraba, Filiberto sintió que los finísimos pelitos dorados de su nuca se erizaban y que de pronto su nariz se ponía muy roja y fría haciéndolo sentir incómodo, ante todos estos síntomas una persona cuerda se iría corriendo de ahí para que el malévolo charco no lo alcanzara ni lo viera directo a los ojos, pero nuestro amarillo protagonista de tan solo dos años sentía la adrenalina desbordándose de su boca, sentía los dientes temblar de emoción y caminó hasta que llegó y puso sus boticas de hule en el borde, justo antes del abismo, pero aún no había mirado directo a los ojos del charco verdi-roji-amarilloso, su boca estaba repleta de sensaciones y pensó que eran ganas de vomitar, pero solo era su corazón queriendo asomarse y ver tremendo espectáculo; Filiberto sacó el valor que había acumulado en dos años de vida e inclinó su cabeza hacia abajo encontrándose con sus propios ojos, nuestro protagonista encontró el espejo más frágil de la ciudad, se vio la cara verde empapada de gotas, su nariz como la de un payaso, esperó ver brotar un corazón de su boca y entonces se concentró en ella, sus labios delgados dejaban ver sus dientes diminutos, y el espacio entre dientes superiores e inferiores se veía tan negro que asustaba a Filiberto y sus ojos se congelaron ahí en la densidad de su boca, absorto en su boca, vio en el charco cómo sus labios empezaban a separarse más, su boca se estaba abriendo de una manera descomunal pero no sentía abrirla, el charco lo decía, pero Filiberto no lo sentía así, a medida que su boca se abría la espesura del negro era más hipnotizante y Filiberto no podía desprender los ojos de la imagen del espejo, empezaba a creer que ya no era su boca sino la boca del charco que ahora lo había inmovilizado, la boca se abrió hasta tapar la nariz roja, los ojos color cielo, la cara verde, el pelo amarillo, la chaqueta impermeable y ya no quedaba en el charco más que una boca con botas de hule. Filiberto no podía salir de la sorpresa, no podía retirar la mirada, el charco lo había controlado y seguía mirando la boca y el interior de ésta lo estaba invitando a entrar, el miedo, la angustia y la adrenalina se apoderaron del pequeño Filiberto y tuvo que agacharse para ver más de cerca y tal vez así explicarse lo que nunca había visto, acercó su cara un poco, luego otro poco y un poquito más y fue entonces cuando sintió el halonazo que lo sumergió en este pequeño charco, fue un breve instante en el que sintió la densidad de la boca que observó durante tanto tiempo y luego, incrédulo, veía el cielo que tenía, como ya hemos dicho el color de sus ojos, por esto sintió que se estaba mirando los ojos y que ahora el cielo era el espejo, no entendía en qué momento se había puesto boca arriba, ni entendía porque no se podía mover, ni entendía porqué la vida había querido que él fuera charco y entró en pánico cuando pensó que ahí estaría por mucho tiempo, no le quedaba más que esperar; lo que nuestro Filiberto ignoraba era el ciclo del agua y pronto saldría el sol, de esa manera nuestro pequeño y amarillo protagonista volaría junto a él.
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